ABRAHAM A. RASGADO GONZÁLEZ
Esta es una historia que viene recorriendo el país con su drama a cuestas. Con el desastre de México y de estas mujeres frágiles, empobrecidas, y con una dignidad y una fortaleza a prueba de olvidos. Traen banderas de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua.
La tarde del martes 30 de octubre, la Caravana de madres de migrantes desaparecidos en su paso por México “Liberando la Esperanza”, arribó al albergue “Hermanos en el Camino”, que fundó y dirige el padre Alejandro Solalinde en este pueblo istmeño de San Jerónimo Doctor. La mañana del 31 de octubre, salieron a caminar su búsqueda.
Como traído de un cuento costumbrista, por las calles de Ciudad Ixtepec, a plena luz del día, se escuchan los lamentos, “dónde están nuestros hijos”. Son las madres de los migrantes desaparecidos en su paso por México, por el Istmo de Tehuantepec. Qué estatus más injusto. Desaparecidos. No muertos, no vivos: desaparecidos. Están, si es que están, en ese tenue lugar, en ese agonizante no-estar, o estar a medias, o casi no estar.
Historias tienen para dar y regalar. Pero no es su afición contar sus cuestiones de drama y dolor. Lo hacen para liberar su esperanza: para que no se apague; porque, cada vez que repiten la historia de sus desaparecidos, sienten que habrá una respuesta a esa búsqueda, sienten que han dejado ese granito de alpiste que guiará a su hijo o hija de regreso a casa.
Me acerco a una. Me cuenta que viene de Nicaragua, de un pueblo (perdón) que no había escuchado antes: Chinandega. Anda buscando a su hija desde hace siete años. Le pregunto cuál fue el último punto en el que supo de ella. “Desde que salió de la casa nunca más volví a saber de ella”, responde. Quiere sollozar, pero se recompone: “me dejó a sus tres hijos, era madre soltera. Yo soy abuela soltera, y aparte mi otro hijo me dejó a otros tres niños”. Carga con seis y con la ausencia de su hija. Siete años de ese vacío que el tiempo no cura.
Las madres avanzan en esta ciudad que ha sido nombrada sobre todo por ser una pausa para los migrantes en su paso por el infierno mexicano. Ciudad Ixtepec está acostumbrado a ver a los migrantes, pero callados, tratando de pasar desapercibidos. Hoy las madres centroamericanas gritan, llaman la atención, reclaman su dolor. No están solas, las acompañan fray Tomás González, director del Centro de Derechos Humanos del Usumacinta, y encargado de “La 72”, casa que recibe a los migrantes en Tenosique, Tabasco: allí va, con su hábito y su megáfono, que nos recuerdan que la Iglesia también está a lado de los solos del mundo. También caminan junto a estas sufrientes madres, los activista Marta Sánchez Soler, Alberto Donis,Rubén Figueroa y Elvira Arellano, integrantes del Movimiento Migrante Mesoamericano. Se nota: dan fuerza a las madres cuando quieren desfallecer. Pareciera que nadie debía ocuparse de los migrantes. Ellos lo hacen: la humanidad, a pesar de todas las calamidades, sigue creando vida.
La caravana llega a la estación del ferrocarril, por donde tal vez pasaron sus hijos, por donde tal vez pensaban andar. La Bestia está allí, llena de historias que nadie quisiera saber, pero que las madres escarban, para seguir dejando alpistes para guiar a sus hijos de vuelta a su hogar.
Se trepan al tren. Gritan consignas. Repiten la misma pregunta “¿dónde están nuestros hijos?”. El tren sólo las observa y se guarda sus secretos. Ningún funcionario da respuestas ante las denuncias: los maquinistas del tren, a parte de los Zetas y los agentes de migración, extorsionan a los migrantes. Si no “cooperan”, los avientan. El calvario parece nunca terminar, las barreras parecen infranqueables. Cada día hay alguien que se suma a la cadena de trabas para los migrantes.
Ante el silencio, es mejor seguir caminando. Se van sobre las vías del tren, con sus banderas izadas. Allí, sobre las sendas de La Bestia, encuentran a un grupo de migrantes. Se les acercan, les preguntan por sus hijos, el brillo regresa a sus ojos: a través de ellos ven a sus hijos. Estos migrantes que ahora son interrogados, tal vez vieron los mismos paisajes, los mismos caminos, las mismas pesadillas que sus hijos. Una pista. Sólo una, para liberar la esperanza. Nada, nadie.
Continúan con las fotos de sus hijos y de sus hijas en su pecho. Una madre carga un bolso con un mensaje: “Si el migrante no es tu hermano, Dios no es tu padre”. De cualquier forma tienen que mover la esperanza, tienen que tocar el corazón del otro, que tal vez tenga la respuesta a la pregunta mil veces repetida y mil veces ahogada en esperanza: “¿dónde están nuestros hijos?”.
Cuando se acercan al parque Garibaldi de Ixtepec, ven un stand con lona. Un sonido anuncia un acto protocolario. Una de las madres le dice a su compañera: “aquí hay un acto público, qué pena, vamos a interrumpir”.
En las sillas bajo el stand hay un centenar de jovencitos con sus uniformes escolares, tienen flores en las manos. El sonido y el acto son para recibirlas a ellas. Las flores también son para ellas. Las reciben, les aplauden. No están solas. Sorprendidas, las madres abren su corazón: les piden a los jóvenes que no maltraten a los migrantes, que ellos también fueron jóvenes con sueños, que tuvieron que salir a buscarlos a otro país porque el suyo, nuestros países, sólo les regalan pesadillas. Y hoy también tienen hijos “como ustedes”, les dicen a los chavos que miran y callan. “Ellos sólo vienen de paso, no se van a quedar y no se van a llevar un pedazo de su tierra”.
Sube al estrado y toma el micrófono doña Clementina Murcia González, viene de San Pedro Sula, Honduras. Desde hace 26 años busca a su hijo. Ya nos cansamos de pedir “por favor”, ahora estamos “exigiendo” a estos gobiernos corruptos que nos regresen a nuestros hijos, dice la aguerrida madre hondureña. La esperanza continúa intacta y el ánimo crece ante las palabras luchonas de doña Clementina.Petrona, de Nicaragua, describe su drama. “Yo tengo 14 hijos. Y 15 con el que ando buscando aquí en México. Sólo me falta él, ese vacío aún lo llevo en mi corazón”.
Luego vienen los discursos de los políticos locales. Nadie se compromete verdaderamente en la búsqueda y en ponerle un alto al horror que se comete con los centroamericanos en su paso por nuestro país. Dicen muchas palabras, todas son recibidas, porque estas madres han aprendido a escuchar, porque en la menor palabra, en la oración más insignificante, puede renacer la esperanza que diariamente lucha por liberarse y no morir. Venga de quien venga.
El acto termina. Las madres se dirigen a sus dos camiones que las han guiado en este periplo de agonía y anhelo. Aún tienen mucho camino por recorrer. Recogen sus banderas, las doblan, las guardan. Abordan y toman sus lugares. Madre Coraje continúa su búsqueda…
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