Madrid. Vestida con su traje de huipil amarillo y rojo, la escritora mexicana Elena Poniatowska pronunció un vibrante y brillante discurso de recepción del Premio Cervantes, en el que habló desde su infancia o su vida de viajes interminables en tren o en barco hasta de la realidad más sangrante de América Latina y México. De Dulcinea del Toboso pasó a la herida sin cura que es el exilio; de la imaginación fantástica de Miguel de Cervantes pasó a hablar de México, donde “hay un dios bajo cada piedra”; o de su asombro cuando escuchó por primera vez la palabra “gracias” a su admiración por la “resistencia” de las mujeres indígenas que alzaron la voz, en 1994, para que tuvieran los mismos derechos que los hombres y no fueran cambiadas por “una garrafa de alcohol”.
En el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en una sesión solemne -la más importante del año-, presidida por los Reyes de España, Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, la escritora y articulista de La Jornada recibió el máximo galardón de las letras de nuestra lengua, el Premio Cervantes, considerado el Nobel de Literatura de nuestro entorno. Poniatowska es además la cuarta mujer en la historia, tras María Zambrano, Dulce María Loynaz y Ana María Matute, y la quinta de origen mexicano, después de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco.
En la ceremonia, en la que se entregó a la premiada la escultura conmemorativa, la medalla que acredita su reconocimiento y la dotación económica, todas las miradas estaban puestas en el discurso de la premiada, que es al final de cuentas el momento más importante de la sesión.
Poniatowska subió al atril o cátedra de madera del paraninfo e inició su discurso con un recuerdo emocionado a su amigo Gabriel García Márquez, a quien conoció antes de que éste ganara el Premio Nobel y a quien siempre estuvo muy vinculado por una larga y estrecha amistad. “Quiero recordar a nuestro querido Gabo. Antes éramos los condenados de la tierra, término que acuñó Frantz Fanon al referirse a los países del Tercer Mundo, pero con sus Cien años de soledad, García Márquez le dio alas a América Latina. Y es ese gran vuelo el que hoy nos envuelve, nos levanta y hace que nos crezcan flores en la cabeza”.
Después recordó a cada una de las tres mujeres que le han precedido en el Premio Cervantes, frente a los 35 hombres que lo han ganado desde su instauración en 1976. “María, Dulce María y Ana María, las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse”.
Después, con continuas referencias a sus libros y a sus inquietudes más añejas desde que se inició en la literatura, a través del periodismo, Poniatowska recordó a una figura central del pensamiento y la poesía de nuestro país y de nuestra lengua, Sor Juan Inés de la Cruz. “Sor Juana contaba con telescopios, astrolabios y compases para su búsqueda científica. También dentro de la cultura de la pobreza se atesoran bienes inesperados. Jesusa Palancares, la protagonista de mi novela- testimonio Hasta no verte Jesús mío, no tuvo más que su intuición para asomarse por la única apertura de su vivienda a observar el cielo nocturno como una gracia sin precio y sin explicación posible. Jesusa vivía a la orilla del precipicio, por lo tanto el cielo estrellado en su ventana era un milagro que intentaba descifrar. Quería comprender por qué había venido a la Tierra, para qué era todo eso que la rodeaba y cuál podría ser el sentido último de lo que veía. Al creer en la reencarnación estaba segura de que muchos años antes había nacido como un hombre malo que desgració a muchas mujeres y ahora tenía que pagar sus culpas entre abrojos y espinas”.
Después recordó sus primeros andares en México, cuando llegó con ocho años procedente de Francia, donde nació y vivió la primera etapa de su vida. “Las certezas de Francia y su afán por tener siempre la razón palidecieron al lado de la humildad de los mexicanos más pobres. Descalzos, caminaban bajo su sombrero o su rebozo. Se escondían para que no se les viera la vergüenza en los ojos”, señaló.
Pero así como relataba su asombro ante la sonoridad y colorido del país al que llegaba también denunciaba las penurias de un país que desde su llegada intentó descubrir con “humildad” y “curiosidad”. Por eso también recordó que “todavía hoy se mercan las tripas femeninas. El pasado 13 de abril, dos mujeres fueron asesinadas de varios tiros en la cabeza en Ciudad Juárez, una de 15 años y otra de 20, embarazada. El cuerpo de la primera fue encontrado en un basurero”.
Y recordó cuando escuchó por primera vez la palabra “gracias” y “este enorme país temible y secreto llamado México, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: “Descúbranme”. El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos”.
Y entonces reconoció que quienes le dieron la llave para abrir México fueron los mexicanos que andan en la calle. Por lo que explicó que “lo que se aprende de niña permanece indeleble en la conciencia y fui del castellano colonizador al mundo esplendoroso que encontraron los conquistadores. Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres”.
Poniatowska, quien siempre ha nutrido sus libros de testimonios y se ha alineado con las causas más justas, explicó que es “una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas”.
Por eso afirmó rotunda: “El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”.
Y, por último, tuvo un emotivo recuerdo para su marido Guillermo Haro, fallecido el 26 de abril de 1988, al explicar que en los últimos años de su vida “repetía las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Observaba durante horas a una jacaranda florecida y me hacía notar “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Esa certeza del estrellero también la he hecho mía, como siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección”.
En respuesta a su discurso, el Rey Juan Carlos elogió la obra valiente y “rebelde” de la novelista y advirtió que con este reconocimiento también es una forma de “celebrar el hermanamiento de los pueblos hispánicos en torno a la lengua de Cervantes. La experiencia de los años forjó después en ella una profunda conciencia social, cincelada por al dramática historia del siglo pasado y, sobre todo, por la muchas veces dura realidad mexicana”. Asimismo destacó que “en su ingente obra ha defendido la igualdad, la educación y la relevancia de la mujer en las nuevas realidades sociales. Es la condición de la mujer un eje central de los temas que aborda. Elena Poniatowska hace que las mujeres se eleven con voz propia y encuentren espacios que, por justicia, les corresponden. Este reconocimiento es un homenaje a todas las personas que han sembrado el camino para la promesa de un mundo mejor”.
Mientras que el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, señaló en su discurso que “con Poniatowska honramos el espíritu cervantino del idealismo, el profundo y amoroso conocimiento de la realidad del tiempo que le tocó vivir, la oralidad que se hace poesía, el loco quijotismo con el que se enfrenta a lo cotidiano y lo eleva a rango de arte. Premiamos su entrega, su obra, su persona y su dedicación al lenguaje con el que ha construido un México que nos alcanza como una ofrenda hermosa y dolorida, la del espacio al que quiso llegar Cervantes con la esperanza de encontrar su propio territorio de la Mancha, donde se habla el idioma de sus páginas. Este castellano que no fue su lengua materna, y que Elena Poniatowska Amor, escuchándolo, gustándolo y escribiéndolo, hizo suyo, y se hizo suya”.
A la sesión solemne también asistieron el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, el rector de la Universidad Alcalá de Henares, Fernando Galván, el secretario de Estado de Cultura, José María Lasalle, además de la familia de Elena Poniatowska y numeras personalidades la cultura, la política y la universidad.
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