Última familia creadora de huipiles recibe reconocimiento en Chiapas

4Por Arturo Cruz Bárcenas, enviado

Zinacantán, Chis. “Mi mamá me enseñó a mí; a ella su mamá, y así ha sido desde hace muchos años”, expresó María Pérez López, tejedora de este municipio, mujer líder de la última familia que crea huipiles y faldas de lana y algodón, cuyo valor agregado es el tiempo y la paciencia invertidos en largas horas acumuladas en cada prenda, en la ceremonia en la que recibió el reconocimiento Tesoros Humanos Vivos, primero de una serie denominada Galas identatarias.

Esta actividad es organizada por la Dirección General de Culturas Populares del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), en colaboración con la Secretaría de Desarrollo Social, como parte de la estrategia nacional México, Cultura para la Armonía. Galas identatarias es conceptualizada como una fiesta de culturas vivas y en este marco se distinguirá a una serie de creadores viejos, experimentados, de raíz honda y profunda de los estados de Chiapas, Guerrero, Michoacán, Veracruz y San Luis Potosí, del 31 de mayo al 29 de junio.

El pasado viernes, un escenario pocas veces visto en este municipio se levantó en la plaza principal, el cual fue adornado con “los caminos”, como se llama a una especie de manteles bordados con flores y animales de la zona, de colores alegres, calientes y fríos. Con flores cultivadas en esta zona, que generan ganancias para sus pobladores, se formaron figuras de borregos y de un murciélago, pues Zinacantán significa “lugar de murciélagos.” Flores por todos lados, listones largos que el viento agitaba.

Enfrente de la iglesia, artesanos mostraban sus productos, con la esperanza de venderlos y llevar dinero a casa. La venta fue escasa, porque una lluvia pertinaz aguó la fiesta en la tarde-noche.

Entre lluvia y charcos subió al escenario María Pérez López. Su rostro es un mapa del tiempo, con arrugas profundas, largas, secas. Sus manos, igual. No usa lentes y elabora huipiles de gala que pueden tardar semanas en ser concluidas. La condición de mujer es difícil, pues aparte de trabajar deben criar. Ellas lo ven normal y se puede decir que el concepto de pobreza occidental no funciona en estos casos. No tienen cosas, pero tampoco les hacen falta. Nunca las han tenido. Abrazan a sus hijas, que visten igual que ellas.

“Aprendemos a tejer como en una cadenita del tiempo, desde las abuelas. Cuando yo era chiquita me dijeron que aprendiera a tejer y a bordar, porque no es bueno no tener este tipo de ropa. Sino aprendía, ¿cómo me iba a vestir? Luego enseñé a ms hijas y ella ahora enseñan a las suyas. No sé leer, no sé escribir, no sé nada. Español, menos. Solamente sé la lengua tzotzil. Tengo 85 años y seis hijas y un hijo.

“Sólo ellas y yo tejemos y bordamos. Nadie más. Cada pieza que hacemos tarda horas o días. Me tardo porque hago otras cosas, como ir a recoger la leña, preparar la masa, poner frijol y todo lo de la casa. Las figuras son originales, cada unos. Los textiles son únicos porque los sacamos de nuestras cabezas, de nuestra imaginación. Quizá sí los copian, pero no lo sabemos. De esto vivimos.”

–¿Qué piensa de la gente que regatea?

–No nos resulta y lo que nos dan luego no alcanza para comprar el maíz o el frijol, los hilos para los telares. No alcanza para el pasaje.

“Empezamos a trabajar la lana y los tintes son naturales, totalmente. Calculamos el precio según lo que le vamos poniendo al textil. También depende el precio de la persona que lo haga, pues hay quienes no usan lana, sino hilos sintéticos. Esta ropa se usa según la ocasión, Puede ser una falda de doble vista para las fiestas. Si es algo especial a ropa es más voluminosa y de mejores colores. Hacer esto puede tardar unos diez meses. Hoy vengo elegante.

“No he perdido mi costumbre, trabajo y sostengo a la familia. Ya no quieren aprender porque este bordado es difícil, o hacen fáciles. El de Zinacantán es difícil. No se va a peerder porque aquí están las hijas de mis hijas. Es obligatorio que aprendan.”

Son siete las mujeres que se dedican a este trabajo llamado artesanal. Sólo siete saben trabajar esto y hay quienes quieren que esto se extinga para meter otro tipo de telas. Yo estoy totalmente en contra de esto.”

Sus esposos las han apoyado y en un principio el de María le ayuda, pero casi no se involucran. “Yo empecé a los siete años y entonces sólo se usaba lana, nada de sintético. Para hacer esto se necesita ser muy paciente y de tener mucha coordinación en las manos. Si no se hace con cuidado se puede echar a perder un trabajo de 15 días o más. Es necesaria mucha vista. Si se rompe el hilo hay que volver a comenzar para que quede bien. Si algo no queda bien no se debe tirar; hay que arreglarlo. Somos independientes y nos mantenemos. Sin este trabajo no hay comida, pues no hay otra forma de tener ingresos.”

Se fue a recibir su reconocimiento. Le dieron un diploma enmarcado y “una lana”, un estímulo económico. Le aplaudieron. En sus casas tiene “muchos cuadritos”, testimonios de otros premios que dan fe de su aportación a la identidad de un pueblo, de Zinacantán. “Una lana de billetes no cae mal a nadie”, dijo.

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