Critica iglesia católica políticas sociales del gobierno federal: «es el robo del dinero a los más pobres»

 

La Arquidiócesis del México publicó este domingo en su página de internet http://www.siame.mx/apps/info/p/?a=12284&z=5 su Editorial titulado «Fracaso de las políticas sociales» en el cual cuestiona severamente las números rojos en la lucha contra la pobreza, y critica aunque sin hacer referencia directa el cambio del nombre del programa Oportunidades ahora denominado Próspera.

 

A continuación reproducimos la publicación.

 

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Editorial: Fracaso de las políticas sociales

Domingo, 21 de septiembre de 2014
Desde la fe

En México no podemos seguir por la ruta de la demagogia frente a un problema tan grave. Es una verdadera irresponsabilidad continuar maquillando la realidad con el simple cambio de nombres a los programas
Los datos sobre la pobreza en México son definitivamente desalentadores. Hace treinta años, el nivel de pobreza abarcaba al 53 por ciento de la población; cinco sexenios después, afecta al 51.3 por ciento. Son muchos los esfuerzos que se han emprendido con exorbitantes recursos económicos destinados para ello. Los programas implementados cada sexenio han sido admirados y multipremiados en el mundo, pero la realidad contradice tantas alabanzas. Se sabe que únicamente en el gobierno de Vicente Fox se logró una importante disminución del 10 por ciento, pero rápidamente se regresó al mismo lugar por falta de consistencia a largo plazo.

La pobreza es una realidad dolorosa en todas las sociedades y es la causa de los más graves problemas sociales. El Papa Francisco señala, con toda contundencia, que el origen está en la desigualdad de oportunidades provocada por una estructura social que excluye y margina a grandes sectores de la sociedad, y añade algo más grave todavía: “Cuando la sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad” (La Alegría del Evangelio 59).

Al leer estas palabras, no podemos dejar de pensar en los barrios empobrecidos alrededor de la Ciudad de México y en los pueblos marginados y polvorientos esparcidos por todo el territorio nacional. Sin infraestructura básica, sin fuentes de trabajo, sin propuestas educativas serias, en otras palabras, sin oportunidades ni prosperidad.

En México no podemos seguir por la ruta de la demagogia frente a un problema tan grave. Es una verdadera irresponsabilidad continuar maquillando la realidad con el simple cambio de nombres a los programas, con el afán de distinguir un sexenio de otro, haciendo algunos ajustes necesarios y, sin duda, justos, pero conservando la misma estructura que la mayoría de las veces alimenta la corrupción, la más detestable de todas, porque es el robo del dinero a los más pobres, además de ser instrumentalizado como clientelismo electoral: los votos de los pobres a cambio del mendrugo de pan de los programas sociales, lo que impide dar los buenos resultados que se prometen.

De nada sirve presentar con fanfarrias y en grandes escenarios los proyectos sin que se sepa cuál es el fondo de los mismos, cuáles mecanismos garantizarán su eficacia y cuáles medios se tienen previstos para realizar oportunamente las evaluaciones. Por supuesto, nadie será responsable de los fracasos. Ya no podemos conceder el “beneficio de la duda” a un sistema que derrocha millones sin que disminuya el número de pobres en un país que debería sentir vergüenza porque la mitad de su población sufre este flagelo.

Lo que no podemos perder es la esperanza. No se trata de un problema que sólo debe resolver un gobierno, es un problema de la sociedad entera. Por ello, expresar una crítica ante las actitudes gubernamentales, es parte de la responsabilidad ciudadana. Para decirlo como el Papa Francisco, no podemos caer en la globalización de la indiferencia: “Casi sin advertirlo nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos el drama de los demás, ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe” (AE 54)

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