Mudubina

 

 

Gabriel López Chiña

 

Libro: Vinnigulasa (Cuentos de Juchitán).

 

En el Reino Zapoteca creció el príncipe guerrero con esplendente gallardía. La noticia cubrió la tierra y escaló las nubes, donde viven, luminosas, las doncellas y rubias hijas del Emperador del Cielo. El alba, que enciende el día, ha visto al doncel por la llanura y la montaña en sus luchas de conquista. Y de noche, mientras duermen los hombres sobre la tierra, congrega en el cielo a las princesas para contarles sus hazañas.DSC_0090

Una de ellas, la más hermosa, no resistió el amor. Cierto día, sin que la sintiera el Alba, y amparada por la ausencia de sus hermanas, que huyen de la claridad para no ser vistas por los mortales, bajó precipitadamente a la tierra. Junto al río de Juchitán, a la sombra de un Biongo floreciente, esperó el paso del amado. La agradable sorpresa no dejó germinar la palabra en los labios del príncipe. Encendido de amor, tomó a la doncella entre los brazos y la condujo, sin sentir su peso, a la morada real.

La fuga de la joven enturbió de pena el alma del Emperador. Las nubles blancas se ensombrecieron y el cielo se deshizo en lágrimas. Reunidas, las diosas celestiales declararon prohibición de parentesco con hombres de la tierra. Una de ellas fue nombrada para evitar la unión. Y, en un hilo de luz, resbaló a la Tierra.

En Juchitán, las flores de ese día se abrieron más temprano. De los árboles olorosos a frutas y rocío, se elevaba un verde concierto de pájaros y niños. La boda del príncipe movía gente en las calles. Convertida en una brisa blanda, penetró la diosa en la alcoba real y ante los ojos sorprendidos de la joven, recobró su forma.

– Tu audacia y tu inocencia han arrimado al peligro a los moradores del cielo, le dijo. Pero he venido a deshacer el nudo de la desdicha y a salvarte. Como no es posible que vuelvas a alumbrar el palacio azul de tu padre, vivirás en la tierra desde ahora. Pero no estarás sola. Tu consuelo será la visita de tus hermanas. Transformada en flor, vivirás en el movible lecho de una laguna. Y sólo de noche abrirás tus pétalos blancos para continuar así tu vida celeste.

Sobre el eco de la palabra final voló la diosa. La princesa, cosidos los labios de silencio, desapareció. El sol se apagó y nubes de agua regaron el pueblo. Bajo la lluvia emergió del fondo de la laguna Chivele, recta, verdinegra, temblorosa en delicado tallo, la cabeza de Mudubina.DSC_0089

En la casa real, el regocijo se empapó de llanto. El monarca zapoteca, en cuya vara de mando sólo faltaba el predominio del cielo, llamó a sus Vinniguenda para que, viajeras en todos los vientos, buscaran a la princesa. La más vieja de las hadas adivinó el secreto y dijo:

– El príncipe puede encontrarla. Hecha flor habita la laguna Chivele. La fuerza de nuestro poder no desvanecerá el encanto.

El joven guerrero, suplicó le transformaran en otra flor de la laguna. Y al conjuro de Vinniguenda se irguió el Nenúfar – Xtagabeñe – junto a Mudubina. Hombre de la tierra, abrió su corola y vivió el día.

Cuando Bidxhimboco’(1) cantó, desde su agujero tapizado de noche, la continuación del guciguie(2), Mudubina desnudó, poco a poco, su blancura perfumada sobre el agua. Diríase rostro de virgen zapoteca en festividad religiosa. Sus hermanas, las estrellas, parpadeaban a su lado.

A penas la paloma “Sola Estoy” trenzó su canto al amanecer, Mudubina recogió su sueño bajo el manto verdinoche de sus sépalos.

Desde entonces, las gentes de Juchitán llamaron a la flor: Mudubina: Mudu, botón; bina, obedeció: el botón que obedeció.

El amor de Mudubina le hizo fuego rojo el corazón.

Xtagabeñe, melancólico, muestra el suyo teñido de amarillo. ¿Se encontrarán, ¡Oh Dioses!, algún día?

1.- Bidxhimboco: Sapo

2.- Guciguie: Tiempo de lluvias.

Ilustración: Mudubina, tinta y humo sobre papel del pintor juchiteco Sabino Guisu

 

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