Hermanas y hermanos; estimados: Isabel, Daniel, Guie’ xhuuba’, Mudubina:
Si hablar de la muerte es difícil, lo es mucho más cuando intentamos hablar ante la partida de alguien a quien queremos, a quien respetamos, a quien admiramos. Y éste es el caso.
Decir unas palabras en torno a nuestro hermano mayor, Víctor de la Cruz, ahora que lo vemos aquí cerca de nosotros, pero ya en otra vida, ya en otro tiempo, ya ido para siempre, me resulta realmente doloroso.
Cómo no sentir dolor, ante la partida del hombre que mucho nos enseñó acerca de lo que somos como herederos de la vieja sangre zapoteca. Cómo no sentir el pecho adolorido ante el cuerpo de quien se hundió en las entrañas de nuestra cultura, de nuestra lengua, para salir con las manos llenas de tesoro y compartir esa riqueza con todos, con todas.
Porque Víctor de la Cruz dedicó toda su vida al amoroso empeño de buscar las respuestas a esas preguntas que se hizo, que nos hizo, en ese poema que debe ser de lectura obligada entre nuestros niños, nuestras niñas, nuestros jóvenes. Hace ya muchos años que lanzó al aire la interrogación que nos llama todos los días: Quiénes somos, cuál es nuestro nombre; tu laanu, tu lanu.
Y la importancia de estas interrogantes es tanta, que el Doctor Víctor de la Cruz no dudó en cerrar con ellas el discurso que ofreció el día en que ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, el 28 de agosto de 2012, donde se refirió a las literaturas indígenas mexicanas, y dijo que el texto de su poema era la conclusión de las diecisiete cuartillas de que constó aquel documento de ingreso.
Y yo afirmo que en ese poema se encierran todos los afanes investigativos de nuestro querido hermano; digo que ese poema es como una lámpara, como las antiguas linternas, que le estuvo iluminando el camino durante esos largos años de trabajo. Y fueron esos incontables meses de desasosiego, transcurridos entre la ciudad de Oaxaca, México, Laollaga y nuestro querido Juchitán, los que le llevaron, poco a poco, a reunir todos los conocimientos que después puso a nuestra disposición, a través de libros, artículos, ensayos, gracias a la generosidad de su pensamiento, de su voluntad.
Pero Víctor fue también el hombre amoroso, el observador de la vida, el que se comunicó con nosotros a través de su poesía, aquel que escribió: El día que con tus ojos busques/ya no me encontrarás,/y dentro de mi corazón/no habrá nadie que te diga/por qué camino me fui/y dónde te olvidé.
Fue el hombre comprometido con su tierra, con su pueblo, el que marchó por las calles en la lucha por la democracia, el que lloró por los caídos en esa lucha, y dijo: Quién habría armado a los extraños/que te mataron a ti/y a los campesinos paisanos nuestros,/aquella tarde en que obscurecía la tierra/como de los ojos de ustedes se iba la luz/para no volver jamás.
Fue aquel que con otro hermano mayor, el luminoso Francisco Toledo, trazaron el camino para que anduviera la iguana rajada, la revista Guchachi’ reza, que en febrero cumplió cuarenta años de mostrar al mundo quiénes somos, cuál es nuestro nombre; una iguana desde la cual hablaron las mejores voces de Juchitán, de Oaxaca, del país; una iguana de la que todavía alcanzó a publicar el primer número en versión electrónica, luego de 60 números impresos. Esta nueva versión y la colección completa de revistas se pueden hallar en la página del Instituto de Cultura Zapoteca, como producto de un acuerdo entre el Doctor De la Cruz y quienes coordinan dicho Instituto, para formar parte de la campaña Gusisácanu diidxazá do’stinu.
Fue el amigo con quien se podía conversar largamente, de quien se podía aprender bastante y con quien se podía mirar lo bello que es la vida o las dificultades que debemos sortear para vivirla; de quien se podían escuchar comentarios críticos, muy críticos, acerca del acontecer político de nuestro pueblo, del devenir de la organización que él miró crecer, y todo desde su exposición clara, de su expresión certera o desde su eterna ironía.
Pero hoy, nuestro querido, respetado y admirado hermano, está ya en el Panteón de los viejos dioses zapotecas, al lado de otros grandes hijos que ha dado esta noble tierra, junto a Macario Matus, Enedino Jiménez, Gabriel López Chiñas, Pancho Nácar, Rey Baxa, Sotero Constantino Jiménez, Jesús Urbieta, y el recientemente fallecido Pepe Molina, por mencionar solo algunos de los astros brillantes que habitan el cielo juchiteco.
Hoy, nuestro entrañable hermano Víctor de la Cruz seguramente nos mira y sonríe detrás de sus anteojos, desde la inmensidad de sus pupilas, desde su agudo ingenio. Y hasta allá, hasta esa lejana cercanía en que ahora se encuentra le enviamos nuestro abrazo, y decimos con él sus palabras:
Hablar, decir sí a la noche;
decir sí a la oscuridad.
¿Con quién hablar, qué decir
si no hay nadie en esta casa
y tan sólo oigo el gemir del grillo?
Si digo sí, si digo no,
¿a quién digo sí, a quién digo no?
¿De dónde salió este no y este sí
y con quién hablo en medio de esta obscuridad?
Hermanas y hermanos; estimados: Isabel, Daniel, Guie’ xhuuba’, Mudubina: desde esta Casa de la cultura, que él miró nacer y crecer, acompañado de artistas, intelectuales que mucho lo aprecian, le decimos todos, todas, hasta luego, hermano Víctor de la Cruz, agradecemos tu paso por este mundo, puedes estar seguro de que tus palabras, tu inteligencia, vivirán entre nosotros por siempre.
Muchas gracias!
Saúl Vicente Vázquez.
Juchitán de Zaragoza, Oaxaca. 11 de septiembre de 2015.
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