• Los trajes de la mujer istmeña es signo de identidad y a la vez instrumento de seducción.
En el marco del LXXX Aniversario del Homenaje Racial a la ciudad de Oaxaca de Juárez, y ante un público diverso, se presentó en el teatro “Macedonio Alcalá”, la puesta en escena de “Evolución del traje de la mujer istmeña”, espectáculo que con danza, música y poesía hace una reseña de la transformación del traje de la mujer zapoteca del Istmo de Tehuantepec, que abarca la época prehispánica hasta la época actual.
¡Tercera llamada! Mientras se corre el telón, un pequeño grupo de dos niños y una niña interpretaban música prehispánica, con un tambor, un carapacho de tortuga y una flauta. Al fondo del escenario poco a poco se asoma la silueta de una hermosa mujer ataviada con un colorido huipil sencillo y un enredo, conocido como bisu´di renda, que adorna su cabellera con listones de colores y flores naturales.
Lentamente de la oscuridad emergen más mujeres y niñas, portando diversos trajes coloridos con huipiles bordados con figuras de flores y amplias enaguas de varios modelos y colores, mientras una cándida voz de mujer dice: “Hablar del traje de la mujer istmeña es hablar del colorido y belleza, el origen de este traje es natural, necesario, que respondió a la necesidad de cubrir el cuerpo con gusto, comodidad y belleza”.
Patricia López Hernández, productora, directora y coreógrafa del espectáculo, explica cómo a través de la historia las mujeres del Istmo se han preocupado por su vestimenta y tuvieron gran interés por su propia moda. De la gran pasión que tienen por las telas costosas, los vestidos de gran colorido, y las joyas, “porque ningún vestido de fiesta podría estar completo sin lucir una joya, por ello las mujeres invierten sus ahorros adquiriendo monedas de oro para hacer collares llamados ahogadores”.
Además, cuenta la manera en que el atuendo se usaba para estar en casa y salir, y como se ha convertido en signo de identidad y a la vez instrumento de seducción.
Asimismo, menciona la transformación mínima que ha sufrido el traje del hombre, porque sólo sustituye el pantalón de manta por el de lino y lo huaraches ahora son cerrados con un pequeño tacón. Y cómo poco a poco han perdido la costumbre de portar un sombrero de “charro 24”, denominado así porque éste costaba 24 reales a finales del siglo XIX y mediados del XX.
También la maestra Paty, originaria de Juchitán de Zaragoza, le describe al público que en las fiestas populares de cada lugar se puede distinguir el origen de las mujeres por el lenguaje mudo de los olanes ya que algunos son finamente plisados de 25 a 30 centímetros, otros tableados y llegan a medir hasta 40 centímetros de ancho.
En voz de, Citlalli Labastida y Vidal Ramírez, se detalla que el traje primitivo de la mujer del Istmo en un principio era únicamente un enredo llamado en su lengua materna bisu´di renda que se utilizaba con el torso descubierto y después fue sustituido por la enagua corta, a la que después se le añadió un olán y dio paso a la rabona.
“Así las vemos pasar camino al mercado a comprar o vender, con su pelo suelto o trenzado, llevando sobre su cabeza grandes canastos de frutas, hamacas o flores, siempre airosas con su chuchilla y falda circular, enagua de olán, la cual utilizan para un día de fiesta y para asistir a la iglesia, al ser un traje de medio lujo”, relata Citllali.
Mientras las mujeres istmeñas se pasean por todo el escenario cotoneando sus caderas con amplia sonrisa blanca, se cuenta que la enagua de galón era un traje de gala a fines del Siglo XIX porque en la época porfiriana las istmeñas lucían sedas, terciopelos, brocados y galones de oro.
De la enagua de blonda; el traje de bordado antiguo; traje de cadenilla; traje de tejido; traje de cadenilla y bordado; traje de listones; traje en actos religiosos; traje de luto; traje bordado a mano; traje de día de fiesta y de novia.
¡Hermoso Juchitán, con sus muchachas bien vestidas. Al medio día cantos de cigarra y en la noche brillos de luciérnaga!, dice la relatora, se cierra el telón y una lluvia de aplausos despide al espectáculo sin igual, que se va afirmando como una tradición eminentemente oaxaqueña.
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