La primera Luna del año

Lectoras, lectores una oportunidad más para compartir y ofrecer buenos augurios para los días venideros en este ciclo que recién inicia.

Nuevas lunas se asomarán este año y al menos yo, estoy dispuesta a dejarme embelesar por su belleza, su magnetismo, su misterio. También estoy dispuesta a un acercamiento más profundo con los niños y niñas -la mejor escuela de la vida- consciente de esa magia interna que irradian , de ese hacer y decir las cosas como mejor les viene en gana, de esa generosidad en la sonrisa , en el abrazo, en el perdón.

Permítanme traer a este encuentro la experiencia que provocó estas letras.

Una de estas tardes, trabajando con Martín de casi 7 años, deseé con todas las ansias de mujer adulta, volver a ser niña. Celebré su desenfado cuando orgulloso me dijo que él había hecho las sumas mejor que yo porque ¡había contado con los dedos! y además me invitó a usarlos. Estaba feliz haciendo una actividad que en la escuela le significa regaños y hasta castigos. Su felicidad provenía de la guerra de sumas con tarjetas ilustradas con los súper héroes: Hulk, el capitán América, Thor y otros lo acompañaban en esa (ahora) divertida tarea, dejar de sumar y cerrar la sesión no fue fácil.

Cuando lo despedí y me senté frente la computadora para redactar su informe de evaluación, estuve en un gran conflicto. Los adultos , sus padres y maestro, esperan de mí un reporte estrictamente educativo. A ellos esta anécdota les parecerá irrelevante, innecesaria para identificar y resolver su “problema de aprendizaje”.

Esa noche me pregunté si su profesor tuvo sus héroes particulares aparte de los que le nombraron en la escuela… si los tiene ahora. Me pregunté también si sus padres saben sonreír y entusiasmarse como Martín lo hace, si comparten sus estrategias con otros para que las cosas funcionen mejor (por aquello de: utiliza tus dedos para sumar), si se resisten a abandonar las actividades placenteras sin importar tiempo ni horario. Muchas preguntas y creo que sé las respuestas…

Martín me llevó de la mano a ese pequeño espacio de vida llamado infancia que jamás debíamos abandonar o al menos volver de vez en cuando. Ese donde las emociones y los sentimientos no se ocultan, donde el enojo se expresa, el miedo se manifiesta, la tristeza se acompaña de lágrimas, el entusiasmo salta desbordadamente y la alegría pinta el rostro.

Un espacio en el cual un “no sé” y un “te quiero” significan exactamente eso, donde los afectos se ofrecen sin moneda de cambio, difícilmente tienen fecha de caducidad y llegan hasta la luna o quizá más allá: Dice mi sobrina que su amor es muy grande pero que no llega a Plutón porque ya no existe…con ese inmenso amor me quedo.

Y para despedir este encuentro, una muestra del amor de infancia en un poema de Jairo Aníbal Niño

—¿Me haces un favor?
—¿Qué clase de favor?
—¿Quieres tenerme mis avioncitos durante todo el recreo?
—¿Durante todo el recreo?
—Sí, es que tú eres mi cielo.

María de los Ángeles Martínez Romero
Maestra de profesión, amante de las letras por vocación.
maestreta@gmail.com

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