Mario A. Campos
¿Quién nace con la capacidad de leer, manejar un auto o usar una computadora? Nadie y ninguna persona se avergüenza por ello. No obstante, cuando se trata de ciertas actividades asumimos que no es necesaria ninguna preparación y que basta con hacerlas para hacerlas bien. Es el caso del consumo de medios.
Durante siete años he dado clases en la Universidad Iberoamericana y hasta ahora siempre que he planteado la pregunta: ¿quién les enseñó a ver noticias? Me he encontrado con la misma respuesta, nadie. Y si bien al principio la mayoría asume que es absurdo el solo hecho de plantearse la necesidad de una formación previa antes de abrir un diario, escuchar un noticiero o ver la televisión, al paso del tiempo –y del curso– terminan por entender que cuando no hay una educación previa –más allá de lo que implica saber leer– se está participando en una relación asimétrica en la que el consumidor está francamente en desventaja frente a los distribuidores de la información.
Por ejemplo, siempre resulta útil preguntarse quién es el dueño o la dueña del medio que estoy revisando. Una pregunta elemental que implica conocer la agenda de intereses que de forma natural podría estar incidiendo en el producto informativo que estoy recibiendo. Lo curioso es que ese dato tan elemental no forma parte de la cultura mediática. Pregunte usted a un lector habitual del diario Excélsior, por ejemplo, si sabe qué vínculos tiene el periódico con la industria turística o el sector salud. (Para los no enterados, Excélsior forma parte de Grupo Imagen, que a su vez es parte de Grupo Empresarial Ángeles, propietario de los Hoteles Camino Real y de los Hospitales Ángeles).
Del mismo modo habría que preguntar a los lectores de un diario como La Jornada, incluso a los que lo hacen desde hace años, si son capaces de reconocer una nota pagada. ¿Cómo, existe eso? Claro, y para que no haya duda les invito a que revisen el ejemplar que tengan a la mano y busquen una nota, sin firma, en cursivas por lo general, que destaca las bondades de alguna obra de gobierno y que en algunos casos estará acompañada de la imagen del mandatario autor de tan noble aportación. Por supuesto, en ningún lado dice que fue pagada pero la conjunción de esos elementos busca darle una pista al lector atento.
Y así podríamos seguir. ¿Los televidentes o radioescuchas podrían, por ejemplo, reconocer un “debe” en medio de un noticiero? Para empezar, por supuesto, habría que saber a qué se refiere el concepto. Un “debe” es un material que por razones editoriales, económicas o de cualquier tipo, debe de entrar en la edición del momento. Usualmente se trata de notas pagadas o en las que aparece el dueño o el director del medio o simplemente que remiten a un punto central de la agenda de la empresa editora.
El problema es que como consumidores de noticias es tamos constantemente expuestos a estos fenómenos sin saberlo. Desconocemos, por ejemplo, cómo se seleccionan – de todos los hechos del día – aquellos materiales que terminan convertidos en noticias, somos ajenos a los criterios periodísticos y extraperiodísticos que determinan los contenidos, y no sabemos cómo se jerarquizan las notas, cómo se puede editorializar sin usar palabras con solo ordenar de cierta forma la información o quién es quién en el mundo de los medios. Por eso es que nuestro consumo es a medias y por lo general pasivo, incluso en aquellos interesados en ser más críticos con los insumos que reciben para su toma de decisiones.
¿Tiene remedio esta situación? Sin duda y es muy simple: basta, primero, con entender que la educación mediática es importante y necesaria porque nadie tiene por qué saber todas estas cosas si nunca se las han enseñado; en segundo lugar, implica dedicar un poco de tiempo a ver más allá de lo evidente para saber quién es el dueño de qué cosa, qué agendas hay detrás y cómo se van moviendo los actores mediáticos en función de los cambios políticos, sociales y económicos.
Es cierto que hacer eso es más difícil que consumir todo lo que nos den de forma acrítica; también demanda más esfuerzo que simplemente asumir que todo es perverso y manipulado cuando se trata de las noticias. Ahora que el movimiento #Yosoy 132 ha logrado impulsar aun más el debate sobre los medios de comunicación y la forma en que hacen su trabajo no estaría mal que desde la ciudadanía, la academia e incluso desde los propios medios, le entráramos en serio a la alfabetización mediática que tanta falta nos hace.
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