Agencia SeMéxico
Leona Vicario nació el 10 de abril de 1789. Tenía 21 años cuando inició la guerra por la independencia, causa que no era ajena ni contraria a sus proyectos. Nació en buena cuna y recibió todo el apoyo para su educación como correspondía a las mujeres del siglo XIX, pero con la ventaja de que podía pasar horas leyendo en la biblioteca de su padre, además aprendió francés y latín.
Al morir sus padres cuando apenas tenía entre 18 y 19 años de edad, su tutor fue su tío Agustín Pomposo Fernández de San Salvador. Conservó algo de su independencia ya que a pesar de vivir bajo la mirada de su tutor, estaba sola en su propia casa, asunto poco usual para la época. De sus nombres escogió el de Leona por la fuerza que éste implica y afirmaba que como su nombre lo indicaba, quería vivir como una fiera.
A diferencia de otras mujeres de su clase y posición social, Leona Vicario, sin temores ni vacilaciones y sustrayéndose a la vigilancia de su tío, se había puesto en comunicación, mediante correos clandestinos, con los principales caudillos para alentar su perseverancia y valor, a los que les dio complejos nombres. Al mismo tiempo lanzó al campo de lucha a don Andrés Quinta Roo, a don Manuel Fernández de San Salvador y a don Ignacio Aguado. Vendió sus joyas y todo cuanto pudo para pagar pertrechos de guerra (lanzas, espadas, fusiles y cañones) que eran fabricados en Tlalpujahua.
El 25 de febrero de 1813 uno de sus correos fue sorprendido, Leona Vicario fue alertada el domingo 28 mientras salía de misa para que no volviera a su casa ante la posibilidad de que fuera detenida por la Inquisición que ya había interrogado al mensajero que tenía en su poder cartas de Rayón.
Sin perder tiempo y acompañada de dos de sus asistentes emprendió el camino que duró varios días. Sin estar siquiera preparadas para ello, salieron de la ciudad por San Juanico buscando llegar a Tlalpujahua, donde esperaba ayuda de los insurgentes. A su paso en aquella travesía nadie se atrevió a darle alojamiento. No fue sencillo conservar la calma ante la posibilidad de ser encontradas por los inquisidores.
Su familia finalmente la localizó y le informó que no temiera, que habían conseguido el indulto real que ella rechazó al instante. Por intervención de su tío don Agustín Pomposo no fue llevada a la cárcel pública sino que la internaron en el Colegio de San Miguel de Belem el 13 de marzo de 1813, quedando como reclusa, forzada a disposición de la Junta de Seguridad.
Leona Vicario fue interrogada por los jueces de la Inquisición en el mismo colegio a solicitud del director Matías Monteagudo, quien la conocía desde pequeña. Sus bienes ya habían sido confiscados. Sus sirvientes apenas habían logrado rescatar algo de su enseres personales.
Enfrentó varios interrogatorios que le hicieron un grupo de hombres que buscaron en todo momento hacerla caer en contradicciones para que delatara a los conjurados. Tenía miedo de ser torturada, el paso inminente en los procesos de la Inquisición. Sin embargo, simpatizantes insurgentes no la dejaron sola, fue rescatada de su encierro en un acto audaz efectuado por tres hombres el 22 de abril de 1813. Esos hombres eran: el coronel Francisco Arroyabe, Antonio Vásquez Aldama y Luis Alconedo.
Concluyeron así más de 40 días de encierro e incertidumbre para Leona a quien se le tenía prohibido recibir noticias de lo que estaba sucediendo más allá de las altas bardas que rodeaban al colegio. Lo único que llegó a saber es que un grupo de insurgentes la habían buscado antes de ser encerrada en Belén pero en aquella ocasión no hubo suerte, habían llegado demasiado tarde.
Días después de permanecer en las afueras de la ciudad, salió una carreta de arrieros, sobre los huacales de verduras viajaba “una negra harapienta”. Eran insurgentes acompañando a Leona Vicario rumbo a Oaxaca donde entregaría paquetes de letras y tinta de imprenta a don Carlos María Bustamante que ya esperaba y que tenía instrucciones del generalísimo José María Morelos y Pavón de publicar el periódico El Correo Americano del Sur.
A pesar del largo trayecto entre las montañas que cruzan el territorio oaxaqueño y nunca lejos de los peligros, llegó Leona Vicario a Oaxaca, donde se encontraría además con Andrés Quintana Roo, quien años atrás había solicitado permiso al tío de Leona para frecuentarla y éste se lo había negado. Ahora, finalmente estarían juntos.
En Oaxaca, Leona Vicario recibió una carta de Morelos quien se encontraba rumbo a Chilpancingo. El Siervo de la Nación le pedía que le indicara “sus urgencias para remediarlas”; el gobernador insurgente Benito Rocha le otorgó 500 pesos, en tanto que en el Supremo Congreso Nacional la nombró Benemérita de la Patria1.
En 1813, Leona Vicario y Andrés Quintana Roo se casaron, juntos iniciaron un largo camino por la lucha insurgente siguiendo al Congreso, cuyos miembros para entonces habían salido con distintos rumbos de Chilpancingo. Junto con Andrés Quintana Roo, Leona se internó en las montañas guerrerenses y del actual Estado de México buscando llegar a la capital del país.
Fue en una cueva de Tlatlaya, en el sur del Estado de México, donde nació su hija Genoveva y previendo que les dieran alcance los soldados realistas le pide a Andrés que se vaya. Ella es detenida junto con la pequeña niña. Andrés Quintana Roo es obligado a rendirse a cambio del indulto y de salir del país hacia España. Un año antes de que se consumara la independencia mexicana, las autoridades peninsulares les permitieron volver, al año siguiente nació Dolores su segunda hija.
Leona Vicario, como sucedió con Josefa Ortiz fueron testigas de la entrada triunfal de Agustín de Iturbide y del propio líder insurgente a quien ella tanto admiraba: Vicente Guerrero. Tras la consumación de la guerra de independencia Leona tuvo que librar otras batallas políticas, por ejemplo, tuvo que salir en su propia defensa para aclarar que había actuado no sólo movida por el amor a Andrés Quintana Roo, como señaló el historiador Lucas Alemán, a quien la misma Leona le escribe una carta que ella misma publica en El Federalista Mexicano, el 26 de marzo de 1821.
“[quiero] desmentir la impostura de que mi patriotismo tuvo por origen el amor, […] que abandoné mi casa por seguir a un amante [cuando] todo México supo que mi fuga fue de una prisión, y que ésta no la originó el amor, sino el haberme apresado a un correo que mandaba yo a los antiguos patriotas […]
Confiese Ud., Sr. Alamán que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos, y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños; antes bien, suele obrar en ellas con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres son más desinteresados […fui] la única mexicana acomodada que tomó una parte activa en la emancipación de la patria”…2.
“Por lo que a mí me toca, se decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en este punto he obrado con total independencia…Me persuado de que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas, y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases hay también muchísimos hombres…”3
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